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1919
Ha llegado el momento de realizar el propósito anunciado en la que seestampa en el tomo I de esta colección de mis OBRAS; y le realizoincluyendo en el presente volumen los cuadros Un marino, Los bailescampestres y El fin de una raza, desglosados, con este objeto, dellibro rotulado ESBOZOS Y RASGUÑOS, en el cual aparecerán, en cambio yen su día, Las visitas y ¡Cómo se miente!, que hasta ahora han formadoparte de las ESCENAS MONTAÑESAS. Por lo que toca á La primeradeclaración y Los pastorcillos, si algún lector tiene el mal gusto deechar de menos estos capítulos en cualquiera de los dos libros, entiendaque he resuelto darles eterna sepultura en el fondo de mis cartapacios,y ¡ojalá pudiera también borrarlos de la memoria de cuantos los hanconocido en las anteriores ediciones de las ESCENAS!
Con este trastrueque, merced al cual ganan algo indudablemente ambasobras en unidad de pensamiento y en entonación de colorido, se haceindispensable la supresión del prólogo de mi insigne padrino literario,Trueba, el cual prólogo es un análisis de las ESCENAS, cuadro porcuadro, y en el orden mismo en que se publicaron en la primera edición;y suprimido este prólogo, claro es que debe suprimirse también el mío,que le precede en la edición de Santander y no contiene otro interéspara los lectores que el engarce de unos párrafos de Menéndez y Pelayo,en los cuales se ventila á la ligera una cuestión de arte que el mismoilustre escritor trata con la extensión debida en el estudio que va alfrente del tomo I de estas OBRAS.
Y con esto, y con añadir que todos los cuadros de este libro que nolleven su fecha al pie, ó alguna advertencia que indique lo contrario,son de la edición de 1864, queda advertido cuanto tenía que advertir alpúblico en este lugar su muy atento y obligado amigo,
Septiembre de 1885.
Las plantas del Norte se marchitan con el sol de los trópicos.
La esclavizada raza de Mahoma se asfixia bajo el peso de la libertadeuropea.
El sencillo aldeano de nuestros campos, tan risueño y expansivo entrelos suyos, enmudece y se apena en medio del bullicio de la ciudad.
Todo lo cual no nos priva de ensalzar las ventajas que tienen losCármenes de Granada sobre las estepas de Rusia, ni de empeñarnos enque usen tirillas y fraque las kabilas de Anghera, y en que dejen sustardas yuntas por las veloces locomotoras nuestros patriarcalescampesinos….
Pero sí me autoriza un tanto para reirme de esas largas disertacionesencaminadas á demostrar que los nietos de Caín no supieron lo que erafelicidad hasta que vinieron los fósforos al mundo, ó, mejor dicho, losfosforeros, ó como si dijéramos, los hombres de ogaño.
Y me río muy descuidado de la desdeñosa compasión con que hoy se mira álos tiempos de nuestros padres, porque éstos, en los suyos, también sereían de los de nuestros